Rodrigo González hizo historia con un solo disco en vida cargado de sátira en el que contaba historias de la gente de a pie.
Canciones crudas, con el único acompañamiento de una guitarra que se caía a cachos, una armónica y su voz descarnada. Durante su vida solo grabó Hurbanistorias (1984), un casete casero que él mismo vendía por los mercadillos y bares de la ciudad. Después de su muerte, sus amigos y familiares rescataron decenas de canciones y lanzaron tres álbumes más. El último, No estoy loco (1992, Ediciones Pentagrama), cumple 30 años este 2022. Se trata de Rodrigo González, Rockdrigo, una leyenda del rock mexicano.
Muy influenciado por el son huasteco, un estilo que mezcla raíces africanas, españolas e indígenas de la Huasteca, aprendió pronto a improvisar sobre melodías. Años después, le valdría para ser el centro de atención en las fiestas cada vez que alguien sacaba una guitarra. Nunca estudió música, pero tenía un gran oído.
El 15 de septiembre de 1985, el periódico La Jornada celebró su primer año de vida con un concierto en el que tocó Rockdrigo. Sería el último para él.
Entre el número 6 y el 10 de la calle Bruselas hay un gran hueco, allí donde debería alzarse el edificio 8: la casa de Rodrigo González. Hoy es un párquing: un monumento a la nada, sin placas que lo recuerden ni homenajes que marquen que allí vivió uno de los compositores más importantes del rock contracultural mexicano. El único memorial sobre él que existe en Ciudad de México es una estatua en la estación del metro Balderas, a la que el artista dedicó una de sus canciones más recordadas.
De Rockdrigo todavía quedan 18 canciones que no han visto la luz, en poder del periodista musical Pepe Návar. Después de años de desencuentros y pugna por los derechos, se ha llegado a un acuerdo para publicarlas. Návar espera que sea en algún momento de este año.
Fuente: El País